Saturday, November 22, 2008

El difícil paralelo entre Luciano Pavarotti y Placido Domingo


Por Ariel Remos.

A la gente le apasiona comparar, lo cual es propio de un sistema de vida basado en la competencia. Con motivo de la muerte del gran tenor Luciano Pavarotti, se hace con cierta frecuencia la pregunta de quién es mejor, si él o su colega Plácido Domingo.

En voces de ese calibre, la pregunta correcta debería ser no quién es mejor sino “quién me gusta más”, ya que se trata de una competencia entre perfecciones. No he visto nunca y no sé si las hay, encuestas sobre el particular. Cualquiera de los dos está justificado como ganador.

Voz de ángel, timbre divino, regalo de dioses, son algunas de las expresiones con que suelen algunos describir la voz inmortal del carismático divo italiano.

No en balde su reinado rebasó las cuatro décadas y su nombre estuvo como un imán prendido a las carteleras anunciándolo como el ídolo que encarnó en el criterio de millones, la máxima belleza de la voz humana.

La comparación entre esos dos cantantes que han hecho cosas que no han hecho otros, tiene muchos ángulos que la hacen bien difícil. Debe tenerse presente que el cantante tiene que tener, además del instrumento o voz, un conjunto de cualidades entre las que prima la de emitirla de una manera personal, determinada por el temperamento, que es el que condiciona la expresión, la manera de “decir” lo que se canta, y la técnica, que lo embrida, matizándolo para controlarlo o darle todo el impulso que reclama.

En voces tan perfectas como las de Enrico Caruso, Jussi Bjoerling, Franco Corelli y los propios Pavarotti y Domingo, que pueblan ese reino en el que una mayoría ha coronado a Pavarotti, cualquiera de ellos tiene méritos suficientes para ocupar ese sitial, como lo ha ocupado Caruso de manera indiscutible durante décadas. Con esto lo que estamos no discutiendo el posible reinado de Pavarotti, sino reafirmando lo comprometidos que son esos juicios excluyentes cuando se dice que uno es superior al otro. Pero suele ocurrir, como hemos visto con Caruso, y después con Pavarotti.

Lo que indica es que tiene que ser algo, y ese algo es el timbre, esa cualidad o sonido característico que lo distingue de otros aunque tengan la misma altura e intensidad, tal como lo define el diccionario, apoyado en el temperamento y la técnica.

Llegamos, pues, a la conclusión de que es en definitiva una cuestión de gusto del que escucha, más que de cualidades medidas del que canta, y que es el timbre lo que toca más profundamente el gusto del oyente.

A mí, particularmente, me gusta el timbre grueso, al punto de que los que más disfruto son los del barítono y el bajo, contra la realidad de que es la voz del tenor la que más gusta a la gente y seguramente gustará más el que más se acerque al timbre ideal del tenor. Con este antecedente –aunque en mi caso no es así— sería normal que entre los tenores, específicamente entre Pavarotti y Domingo, me gustara más el timbre abaritonado de éste último, pero sinceramente, nunca he llegado a que la voz de uno me guste más que la del otro, porque considero que ambos timbres me llegan al mismo nivel de emoción.

Lo anterior explica que no se pueda tocar ese tema del reinado de Pavarotti, o con más conocimiento de causa preguntar si es Pavarotti en realidad superior a los demás tenores sin aludir a un Domingo que le disputa la primacía. Ambos llegan por igual al corazón del público.

Independientemente de la cuantificación de los cientos de discos grabados y los millones de dólares vendidos por el uno y el otro con su arte, es posible una comparación entre la formación y valores de ambos, algo que va más allá de la voz.

No cabe dudas de que musicalmente el español es superior al italiano, no obstante estar éste más dentro de la cuerda del tenor por lo que lo bautizaron como “el tenor de los do agudos”, por la facilidad con que emitía esas notas que son la prueba de facultades de los tenores. Ahí el gran Domingo queda corto.

Pero hay en él virtudes que posiblemente no ostentan otros tenores de su categoría: es pianista, director de orquesta, canta en distintos idiomas y ha hecho la heroicidad del “crossover” wagneriano. En todo lo demás han seguido una cadena similar de triunfos extraordinaria.

Creo –y merece reiterarlo-- que ambos han llegado a lo máximo a que puede llegar un artista que es lo más exacto a la perfección en su arte. Y a esa categoría de artista, concretamente al caso de ellos dos, lo que hay es que agradecerles el placer inmenso que han ido regalando por el mundo a millones de seres humanos, a un nivel de aceptación a que no han llegado otros cantantes.
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Yo me quedo con Plácido Domingo!!!! Att.. Wanchy
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