Wednesday, August 24, 2011

MÁS GENTE, POR FAVOR







Por Charles Kenny





No hay que preocuparse por el aumento de la población mundial; hay que celebrarlo.



Los acólitos de Thomas Malthus –el remilgado párroco del siglo XVIII cuya influencia ha durado muchísimo más que el acierto de sus predicciones– suelen tener tendencia al pesimismo, pero su nerviosismo ha sido especialmente intenso en las últimas semanas. Con sus últimas predicciones sobre población, que prevén que es posible que superemos los 10.000 millones de personas a finales de siglo, Naciones Unidas ha alimentado los viejos temores a que el planeta no pueda sostener a todos los seres humanos que tratan de vivir en él. A medida que crezca el número de personas en el mundo, se lamentan los malthusianos, la miseria florecerá.



Sin embargo, deberíamos estar encantados de que haya más gente que nunca en el planeta y de que vaya a haber muchos miles de millones más, tanto por motivos egoístas como altruistas. Por supuesto que hay problemas que remediar a medida que sigue aumentando la población mundial: entre otros, que muchas mujeres todavía no tienen libertad para decidir cuántos hijos quieren y que el modo de vida de los ricos que viven en lugares como Estados Unidos, Europa y Japón pone en peligro la sostenibilidad global. Sin embargo, este año en el que nos acercamos al nacimiento del habitante número 7.000 millones, deberíamos sentirnos jubilosos, no pesimistas.



¿Por qué es positivo el aumento de la población? Para empezar, la mayoría de la gente parece bastante contenta de estar viva. La tragedia del suicidio sigue siendo una causa relativamente infrecuente de muerte en todo el mundo, por fortuna. Y no hay más que unos pocos países en los que la mayoría de los que responden a las encuestas insinúan que son infelices: en Bangladesh, a pesar del bajo nivel de rentas y las malas condiciones de salud, el 85% de la población indica que son muy felices, y en Nigeria y China esa proporción es de casi tres cuartas partes. En pocas palabras, tener la oportunidad de estar vivos es bueno, y, cuantas más oportunidades se tienen, mejor. (Otro aspecto positivo en las proyecciones de la ONU: la esperanza media de vida en el mundo ascenderá de los 68 años actuales a 81 en 2100, así que dispondremos de un poco más de tiempo para disfrutar).



¿Por qué, entonces, tanta inquietud por el aumento de la población? A todos nos gusta tener amigos y familiares y, en general, cuantos más, mejor: pero nuestra simpatía hacia la humanidad puede ser local y egoísta; cuando se trata de gente a la que no conocemos, algunos dicen que, cuantos menos, mejor. Unas masas menos abundantes en África (cuya población, según la ONU, se triplicará de aquí a 2100) serían un factor positivo para nuestro frágil planeta, según algunos estadounidenses y europeos. Que haya más gente hoy significa tener una vida peor mañana, y que haya más gente mañana significa una catástrofe para el día después.



Esta forma de pensar persiste a pesar de que está completamente equivocada. Malthus despertó la inquietud hace 200 años cuando la población global andaba en torno a los 1.000 millones, y, francamente, es fácil comprender por qué la situación le pareció deprimente; en aquella época, el aumento de la población solía ir verdaderamente asociado al empeoramiento de la salud y las rentas. Ahora bien, en los siglos transcurridos desde entonces se han producido la abolición de la esclavitud, unos avances en las comunicaciones que hacen que la inmensa mayoría del planeta esté conectado de forma instantánea, unas mejoras asombrosas en la salud mundial, una expansión sin precedentes de la educación y los derechos políticos y civiles... y todo ello, con el aumento más espectacular de la historia de la población global. Incluso en el ámbito familiar, las pruebas de que “se sacrifica la calidad por la cantidad” –es decir, que más hijos significa peor vida para cada uno de ellos– son débiles.



Los 650 millones de personas más pobres del planeta viven aproximadamente con el 1% de la renta de los 650 millones más ricos



Desde luego que las amenazas a la sostenibilidad del planeta son muy visibles e inminentes. Pero el hecho de que la producción de aluminio se haya multiplicado por 10.760, según el ecologista Clive Ponting, o que la producción de petróleo se haya multiplicado por 380, o incluso que el PIB mundial haya aumentado 24 veces durante el último siglo son hechos que no se deben al aumento de población. El problema es el aumento del consumo per cápita. Y eso, sin duda, no es culpa de los africanos. Es culpa de los países ricos, que son los que consumen casi todo. Los 650 millones de personas más pobres del planeta viven aproximadamente con el 1% de la renta de los 650 millones más ricos. Cada año, añadimos un 1% o más a la renta de esos ricos; los índices de crecimiento del PIB per cápita en los Estados ricos tienen como mínimo ese nivel. Y ese crecimiento del 1% tiene la misma repercusión sobre el consumo global que tendría duplicar el número de personas que vivieran con la renta de los 659 millones más pobres. De modo que esas personas que pontifican desde los países ricos sobre poblaciones mundiales insostenibles quizá tendrían que empezar por el fragmento de población que ven en el espejo cada mañana.



Por supuesto, aunque las personas, en general, son un añadido positivo para el mundo, las mujeres deberían poder decidir cuántos hijos quieren. Cada año, alrededor de 80 millones de ellas se enfrentan a embarazos no deseados, 20 millones se arriesgan a someterse a abortos no seguros para no llevar a término su embarazo y 68.000 mueren como consecuencia de ellos, dentro del medio millón de muertes anuales relacionadas con la maternidad. El acceso seguro y confidencial a los métodos anticonceptivos modernos puede y debe ser un derecho, y es una intervención lo suficientemente barata como para que pueda implantarse en todo el mundo.



En cuanto a los misántropos recalcitrantes, si de verdad desean tener menos gente alrededor, siempre hay formas de reducir el aumento de población al tiempo que se mejora la calidad de vida de todos. Por ejemplo, los índices elevados de mortalidad y fertilidad están relacionados. Los padres tienen más hijos cuando existe un riesgo más elevado de que mueran, así que una de las vías más directas para reducir la fertilidad es avanzar en la salud infantil. Y la escolarización de las niñas está relacionada con las mejoras en los dos campos. Por consiguiente, conviene apoyar los programas de ayuda, el aumento de la inmigración o las políticas de comercio justo que proporcionan a los desfavorecidos los recursos necesarios para mantener a sus hijos con vida y educarlos.



No obstante, para quienes aseguran que actúan en interés de las generaciones futuras, “empequeñecerlas” no es la respuesta. Que salgan a protestar contra la expansión urbana, los dueños de los Humvees, las plantas alimentadas con carbón y la caza de ballenas; pero que dejen a la gente en paz.


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Monday, August 8, 2011

¿CÓMO SERÁ EL ORDEN MUNDIAL EN 2050?







Por Steven Hill


Hay que rediseñar el capitalismo, en los países en vías de desarrollo, ampliar la clase media, y en los desarrollados, mantenerla e implementar las prácticas sostenibles.


Desde la Segunda Guerra Mundial, es fácil ver que se ha producido en todo el mundo una gran convergencia en torno a las instituciones y las prácticas de la democracia y la economía políticas. Unos países tras otros han seguido el ejemplo de Estados Unidos, que ofrecía al mundo un modelo de desarrollo basado en el ascenso de la clase media. Esta convergencia no nace de un triunfalismo sobre el “fin de la historia”, sino que es parte de un avance constante, desde hace siglos, hacia los tipos de instituciones y políticas que mejor permiten alcanzar “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” para las modernas sociedades de masas. Incluso China, a su manera, se ve arrastrada de forma inexorable a este torbellino convergente. Y no hay motivos para pensar que esa convergencia vaya a interrumpirse en el futuro.


Estados Unidos inventó la clase media, la atractiva idea de que la gran mayoría de la población puede –y debe—disfrutar de un nivel de vida aceptable y una calidad de vida elevada. Cada país ha tratado de incorporar este principio. Europa –en otro tiempo, tierra de monarcas y dictadores— adoptó plenamente esa sociedad de clase media originada en EE UU y avanzó un paso más. El capitalismo social europeo dio a la clase media una base más sólida al crear una prosperidad más repartida y proporcionar más apoyo y seguridad a las familias y los trabajadores que el “capitalismo de Wall Street” estadounidense.


Hoy vemos que China, India, Brasil, Rusia y otros países de todo el mundo intentan construir sus propias versiones de este modelo de desarrollo basado en la clase media. Pekín ha aumentado su clase media en 200 millones de personas, una hazaña extraordinaria, pero sigue siendo un país pobre y en desarrollo, porque la mayor parte de sus 1.300 millones de habitantes viven aún en condiciones difíciles. Viajar de las zonas rurales a las ciudades es como hacer un recorrido a través del tiempo: los campesinos siguen arando la tierra con búfalos y la mayoría de los hogares en el campo carecen de comodidades modernas.


Las economías de India y Brasil están en pleno desarrollo y siguen el camino conocido que conduce a la sociedad de clases medias: creación de riqueza gracias al espíritu emprendedor y la industria privada, seguida de acumulación de recursos y de una lenta pero constante redistribución de éstos. Algunos países están recorriendo esta vía más deprisa y con más acierto que otros, algunos han adoptado mejores instituciones, que fomentan tanto la creación de empleo y el espíritu emprendedor como una prosperidad muy repartida de tal forma que, poco a poco, estimulan la macroeconomía e impulsan el consumo, los estabilizadores automáticos y los niveles de vida. En este proceso, la eficacia del gobierno es un ingrediente esencial; en muchos aspectos, la condición indispensable que determina el éxito o el fracaso. Pero este proceso dura decenios y, en realidad, éstos se miden a posteriori, no en el mismo momento.


Por eso, la pregunta respecto a 2050 es: ¿conseguirán estos países promover el modelo de sociedad basada en las clases medias? ¿Y puede el entorno planetario soportar esa explosión que añadirá aproximadamente 5.000 millones de personas a la clase media?


Creo que la respuesta a la primera pregunta es un rotundo sí. El modo de vida de la clase media, en gran medida, responde a los impulsos más básicos del ser humano: la pasión por la vida, la libertad, las oportunidades y la búsqueda de la felicidad, incluidas las diversiones y los placeres. Es una afirmación que vale tanto para la gente en China, India, Brasil, Egipto e Irán como para los habitantes de Francia, Alemania, Suecia, Grecia, República Checa, Polonia, Canadá, Japón y Estados Unidos. La lección de la primavera árabe, como la de la Revolución de Terciopelo en su día, es que los países de todo el mundo, en su mayoría, aspiran a su propia versión del sueño de la clase media y siempre van a intentar materializarlo para su pueblo. La gente seguirá reclamándolo, a pesar de los obstáculos políticos, porque esa demanda es tan persistente como la hierba que crece entre las grietas de las aceras.


El reto para Europa, EE UU, Japón, Canadá, Australia y otras naciones desarrolladas, es cómo mantener su nivel de vida sin ahogarse en deuda pública y privada


Esta convergencia, por supuesto, tendrá distinto aspecto según los países, pero contará con ciertos rasgos comunes. Para los más pobres, el reto será alimentar una economía política que no sólo permita la creación de riqueza sino también cierto grado de democracia representativa, porque esta última es un factor necesario para la redistribución, reduce la corrupción y aumenta las filas de la clase media. Algunos dicen que China está creando un modelo de desarrollo nuevo, crecimiento económico sin democracia política y lo llaman despotismo ilustrado o dictadura consultiva. En mi opinión, es una valoración equivocada y prematura, porque, a la hora de la verdad, los Estados que tienen fe en el individuo son los únicos que pueden ofrecer verdaderamente a sus ciudadanos la búsqueda de la vida, la libertad y la felicidad, que es lo que anhelan casi todas las personas. Los individuos prácticamente en todas partes desean la libertad, y la expresión política de ésta es cierto grado de democracia representativa.


Incluso en la China actual, existe más actividad democrática de la que se suele pensar. Pekín celebra más elecciones que ningún otro país; son sufragios locales, y no todos son legítimos, puesto que, en muchos casos, el Partido Comunista escoge a todos los candidatos. Pero cada vez hay más candidatos independientes y las investigaciones demuestran que están haciendo que haya menos corrupción y un poco más de soberanía popular en las instancias locales.


Además, el presidente y el primer ministro chinos han hecho recientes declaraciones en favor de la democracia. En septiembre de 2010, el presidente Hu Jintao pronunció en Hong Kong un discurso en el que hizo un llamamiento a plantear nuevas ideas sobre la democracia en su país. Dijo: “Es necesario... celebrar elecciones democráticas con arreglo a la ley; tener una toma de decisiones, una gestión y una supervisión democráticas; proteger el derecho del pueblo a saber, a participar, a expresarse y a supervisar”. Sus palabras desarrollaban unos comentarios similares a las del primer ministro chino Wen Jiabao, pronunciados el mes anterior en Shenzhen, el puerto franco que encabeza la revolución económica del gigante asiático. Asimismo, el país está haciendo experimentos de ejercer lo que se denomina democracia deliberativa y practicando la democracia interna en el Partido. El venerado líder chino Deng Xiaoping dijo en una ocasión que China tendría elecciones nacionales 50 años después, es decir, en 2037, y es posible que el calendario vaya por delante de lo previsto. Pero lo más probable es que la democracia china no sea una copia exacta de la versión occidental, sino un híbrido particular; por ejemplo, algunos especialistas influyentes han propuesto una combinación de elementos de la democracia representativa con una meritocracia de estilo confuciano.


Europa seguirá avanzando por su propia vía de convergencia y armonización interna, aunque en estos momentos no se sabe bien hasta dónde. El reto para los europeos, igual que para Estados Unidos, Japón, Canadá, Australia y otras naciones desarrolladas, es cómo mantener su nivel de vida sin ahogarse en deuda pública y privada. Los países más ricos están tratando de averiguar cómo fomentar un nuevo modelo de desarrollo que no necesite tanto unas burbujas de activos que estallan, un consumismo descontrolado y una deuda pública y privada excesiva como estímulos para la macroeconomía (y, en el caso de EE UU, cómo dejar de depender de forma tan crucial de un gasto militar descontrolado como programa de empleo y estímulo fiscal para la economía, ya que el gasto militar es un método muy ineficaz de estimular la economía).


Ante estos desafíos económicos, y como reacción al hecho de que los economistas ortodoxos no previeran la caída de 2008, la canciller alemana, Angela Merkel, hizo una declaración en la reunión del G20 del pasado otoño que cambió las reglas del juego. “Es fundamental que regresemos a una vía de crecimiento sostenible”, dijo. Propuso su teoría sobre la crisis económica, que iba más allá de los desequilibrios en las balanzas comerciales y aseguró que una de las principales causas había sido que “no teníamos un crecimiento sostenible. En muchos países, el desarrollo se apoyó en la deuda y las burbujas [especulativas]”.
Lo que estaba diciendo Merkel era que la etapa de la economía de efecto cascada a lo estadounidense se había acabado. El mundo necesita descubrir cómo pueden mantener las economías desarrolladas a sus ciudadanos sin recurrir a tasas de crecimiento muy elevadas, burbujas de activos ni un consumo desatado y cómo tener un avance que sea ecológicamente sostenible (a diferencia del Gobierno de Obama, los dirigentes europeos no han abandonado por completo las actuaciones contra el calentamiento global en medio de esta crisis económica). Los líderes europeos parecen creer que están empezando de cero en este modelo de desarrollo capitalista de Wall Street y ofreciendo un correctivo necesario para que haya un capitalismo renovado, propio del siglo XXI. Ya han avanzado mucho más que la Administración de EE UU en el rediseño de su sistema regulador financiero, con la creación de cuatro organismos nuevos encargados de intervenir, en caso necesario, para evitar otro derrumbe (por otra parte, los bancos europeos siguen siendo inestables y los fondos de inversión libre y los derivados están poco regulados).


El proceso de rediseñar el capitalismo con arreglo al modelo de capitalismo social tardará muchos años, pero tengo un optimismo precavido al respecto y pienso que saldrá bien. Creo que los esfuerzos producirán resultado porque no hay más remedio. ¿Qué alternativas hay? Europa ya ha probado con siglos de guerras enconadas y destructivas, y no consiguió nada. No, la forma de avanzar es, en los países en vías de desarrollo, ampliar la clase media, y en los desarrollados, mantener esa clase media e implementar las prácticas sostenibles desde el punto de vista ecológico y económico. En la sociedad inteligente derivada de todo ello, el proceso de convergencia resultante de la globalización estimulará las mejores prácticas en materia de instituciones y políticas de apalancamiento.